Another punishment for collection

Otra vez castigada..¡Que novedad! Pensé irónica, no era noticia nueva a decir verdad. Posiblemente, yo ya hubiese limpiado más de la mitad del castillo sola, solo contando mis castigos desde quinto.. Y si, habría una sala de castigos en el colegio, pero parecía ser que era más interesante hacerme sufrir limpiando que estando sentada. Se equivocaban de mucho, al limpiar me he de mover, estando sentada..¿Que hago? Obviamente, estar sentada y nada más. Eso no tiene gracia, si me castigan limpiando, puedo bailar, incluso si me apetece, descalzarme y cantar canciones de los años ochenta. Son muchas las cosas que se pueden hacer y yo, he de estar activa o me aburro tanto que acabo dormida..

Esta vez, como muchas otras, estaba en la no tan preciosa 'Sala de Trofeos' Debía limpiarla, sin magia y lo sabrían, si la usase. ¿Como? Eso ya, no lo sé. La sala esa, no estaba tan mal..Si, habría más de dos cientos trofeos de oro, plata y bronce allí, más las listas de prefectos y premio anuales grabadas en piedra. Había cientos de nombres en los trofeos, años, casas y distinciones, algunos nombres conocidos, otros que se habían perdido en el tiempo, o que yo, no recordaba.

Y allí estaba yo, descalza y tarareando una canción mientras limpiaba con un paño un trofeo mediano, de plata con el nombre de Hogwarts en relieve negro. Curiosa forma de pasar la tarde de un viernes, pero claro, en un colegio como Hogwarts, pocas cosas había que no fueran curiosas, al menos para mi. Simplemente el castillo no acaba de gustarme, demasiado grande.. Demasiado pomposo.

-¡Oh yeah! Solo me quedan cuatrocientas horas de limpieza.-Exclamé algo cansada, bien, me gustaba hacer cosas, pero repetir la misma acción más de cuatro veces seguidas me llegaba a cansar. Miré hacía la puerta y nadie venía, así que dejé el último trofeo sobre su estante y me senté en el suelo un momento. Tenía que pensar una forma de acabar rápido pero no encontrasen rastro de haber hecho magia, con mi varita.. Pensar, eso se me daba bien, aunque pensase siempre estupideces.

El castillo, mi castillo. Suspiré, hacía tanto que no lo pisaba... Lo había echado de menos, lo había añorado a pesar de que había cientos de cosas que prefería no recordar, cosas que habían sucedido en el... Octubre y el tiempo era todo menos caluroso. Una brisa helada recorría cada uno de los rincones de Hogwarts y buscaba cualquier descuido, cualquier porción de piel a la vista para colarse y enfriarte hasta los huesos. Todo había vuelto a la normalidad: Decenas de alumnos paseaban por las zonas comunes del lugar riendo, hablando e incluso bailando de alegría. Sonreí, mostrando una perfecta dentadura blanquísima: Una vez, yo también fui así, yo también fui tan feliz. Rememoré mis años en Hogwarts como alumna. Había llovido tanto desde aquello...

El sonido de mis tacones al tocar el suelo hacía eco, devolviéndome ese pequeño tintirineo. Podía escucharlo perfectamente ya que me había adentrado en una zona menos frecuentada por los alumnos: Rumbo a la sala de trofeos. Me apetecía visitarla, algo me decía que debía hacerlo. No sabía por que y tal vez era estúpido, pero sentía un impulso, una especie de corazonada. Coloqué un mechón de pelo rebelde tras mi oreja. Con el verano, el sol lo había aclarado ligeramente dándole un aspecto aun mas dorado si era posible. Con mi piel no había manera, seguía siendo porcelánica, como siempre después de… Después de ese día. Negué con la cabeza; no me apetecía recordarlo.

Finalmente llegué al lugar. Estaba completamente desierto a excepción de una persona, sentada en el suelo, junto a una fregona y demás utensilios de limpieza. La reconocí al instante y en mi rostro se dibujó una sonrisa ladeada, como cuando sabes algo, como cuando te esperas algo de alguien. Negué con la cabeza. - ¿Sabes? No debería asombrarme – Mi sonrisa se amplió. – Además, creo que la fregona ya te está cogiendo cariño – Me encogí de hombros, acercándome a la alumna. Había cambiado, aunque tampoco excesivamente. Parecía más mayor, y obviamente, lo era. Suspiré, yo era exactamente igual. Eternamente. – Hacía mucho que no nos veíamos. ¿Cómo has estado, Samantha? – No solía llamar a la gente por su nombre, implicaba demasiado. El apellido era mucho más efectivo y distante. Sin embargo, ciertas personas, tenían ciertos privilegios.
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Primer día de trabajo. Primer día agobiada con todo. Y eso que tan sólo era el primero. Pensar en los restantes que me quedaban me abrumaba de tal manera, que incluso la opción de renunciar vagaba por mis pensamientos. La idea de tomar ciertas decisiones elevadamente importantes, y que lo más seguro era que influyesen de alguna manera en las cientos de vidas del mundo mágico imponía demasiado. Pero no, no debía hacerlo, podía con todo aquello que me pusiesen por delante y más, estaba totalmente cualificada para aquel puesto, y, además, había sido la elegida de entre una gran cantidad de personas en una importante votación.

Me deslizaba por los alargados y elegantes pasillos del ministerio, por los cuales, me topaba con algunos de los trabajadores, ahora, mis trabajadores. Joder, quien iba a decir que la sensación de poder podía llegar a ser tan intensa y aterrorizante, pero, a la vez, satisfactoria. Pero ahora debía salir de allí, y dirigirme a otro lugar en el cual también poseía un cargo con cierto peso, Hogwarts. Subdirectora, vaya, esperaba que aquello fuese algo más.. ¿relajado? No debería pasar allí demasiado tiempo gracias a mi papel secundario, o, al menos, eso esperaba. De eso ya se encargaría el director.

Miré mi reloj y suspiré, no iba a llegar precisamente tarde. Sin embargo, siempre estaba mejor visto ser puntual e incluso llegar antes de la hora, a llegar tarde. Muy bien, pasaría por mi despacho y desaparecería de allí. Caminé con un paso pausado y tranquilo hasta el que sería mi nuevo despacho y en el cual seguramente pasaría demasiadas horas encerrada preparando nuevas charlas, pensando una y otra e infinitas veces en las decisiones que debería tomar.. o no, de echo, ya le había echado el ojo a algunos de los trabajadores, a los que no les importaría en absoluto tomar algunas decisiones conmigo en aquel lugar y a los que yo misma les daría el permiso necesario. Entré allí, recogí algunas de mis pertenencias que me eran imprescindibles y salí con el mismo aire despreocupado con el que había entrado.

A los pocos minutos abandoné definitivamente el edificio, busqué a mi chófer, y, en la elegante limusina con la que el Ministerio me había obsequiado, me dirigí a Hogwarts.
Una vez estuve dentro del colegio, me quedé en la mitad del Hall de entrada con cierto aire nostálgico, todo hay que decirlo. Una vez hace muchos años también estuve allí, en la misma posición, sin saber a donde ir o que hacer, y esperando a que alguien, quizás, se parase a hablar conmigo. También yo esperé ansiosa la casa a la que estaba destinada. También yo corrí por aquellos pasillos, feliz, con una felicidad que me era indescriptible en aquel momento. También yo cogí mucho cariño a algunas de las personas que también cursaban allí.. Pero unas voces me sacaron de mis nostálgicos pensamientos, unas voces que, extrañamente, me eran familiares. No sabía con exactitud de dónde provenían, e involuntariamente mis finas y estilizadas piernas se pusieron en movimiento, caminando firme y decididamente hasta una sala, de la cual, la puerta estaba entreabierta. ¿Trofeos?. Era todo lo que mi vista conseguía alcanzar, por lo que posé ligeramente mi mano en la rugosa madera y abrí la puerta completamente, haciendo que esta provocara un leve chirrido, despejando y facilitando la visión. Pero no me terminaba de creer con lo que mi visión me deleitaba, era tan maravilloso, que lo consideraba imposible. Parpadeé varias veces, sin terminar de creérmelo. - ¿Alexia?, ¿Samantha? - Quizá era la pregunta más estúpida que había formulado en toda mi vida, por que, dentro de mi, no había dudado ni un solo momento en que no fuesen ellas, las reconocería a kilómetros, y las conocía demasiado, quizá, lo que había dudado, es que estuviesen allí realmente...

No podía ser más aburrido ese lugar, estaba por levantarme y ponerme a gritar cualquier tontería. Hasta cantar la canción del cola-cao, incluso. Y así lo hice.-Yo soy ese negrito del África Tropical...-Me quedé pensando. No tenía idea de como seguía la canción. Me la inventaría. Solo necesitaba un pergamino y una pluma.

La puerta se abrió y por ella, pasó una figura alta. Alta y rubia. Entrecerré ligeramente los ojos para ver quien era, ¡Lo último que me faltaba, gafas! La distinguí rápidamente, y, tras mis pensamientos que decían que era poco, -muy poco- probable que fuera ella, Alexia Gallagher se formaba ante mis ojos. -Claro que me ha cogido cariño, soy como su hermanita mayor.-Me reí de mi propio comentario y me levante impulsándome hacía delante. Podía decir, que Alexia no había cambiado para nada, aunque eso fuera.. Raro. Raro hasta para mi, que no se podía decir que fuese del todo normal. -Aquí, básicamente aquí.. Y en el despacho de Minnie. .-Me encogí de hombros. Hogwarts era un lugar animado, -cuando te podías meter con algún Slytherin sobretodo-, pero por lo demás, mi vida era levemente monótona. -¡Dice que soy una mala influencia! ¡Yo, que soy una santa!- Dramatice como las mujeres del Hollywood muggle.-¿Y de tu vida, que ha sido? Claro, si se puede saber.-Posiblemente ese era, el único cambio que podía presenciarse en mi personalidad, algo más respetuosa con los ancianitos.

-No, Evelyne.. ¡Somos María, y María Magdalena!-Exclamé con la llegada de una segunda rubia. Evelyncita. Increíble era pensar que habían pasado dos años desde que la última había abandonado Hogwarts, y más aún, creer que había sido amiga mía, cuando ella era Slytherin. Aunque muy maja, todo hay que decirlo. -¿Qué tal, señoras?- Me gustaba sacar de quicio a la gente, y si esa gente, era o había sido Slytherin, ya era un plus. Además de que Evelyne era una persona, para mi, tan fácil de molestar como mi hermanastra, Mandarina Venturi.¡Y la llamaría Mandarina toda la vida! Sonreí, tal vez Minnie tuviera razón y yo no fuese del todo el prototipo de buena influencia... Pobre Minnie, tener que soportarme.. ¡Todo el año, casi!

La sala de trofeos estaba completamente igual que siempre: Solitaria, amplia, llena de premios y dominada por los cuatro relojes que marcaban los puntos de cada casa, para, al final del año, determinar el ganador de la copa. Pero sobre todo: limpia. Y todo gracias a la pobre Samantha, que se pasaba mas tiempo allí que en cualquier otro lugar del castillo. Sonreí ligeramente, tan ligeramente que a penas se pudo considerar una sonrisa y solo las personas que más me conocían podrían haber detectado ese gesto, y, en ese momento, ambas eran muy cercanas a mí. Un momento, ¿Ambas? Me volteé lo suficiente para poder observar a la otra chica que acababa de cruzar la gran puerta acompañándonos en ese momento. No me lo podía creer: Evelyne, mi Evelyne, estaba allí, frente a mí, después de tanto tiempo… Y fue una de las pocas veces que no sabía que decir, tal vez la primera vez en mi vida. Siempre había sido bastante concisa y directa, sin problemas para decir lo que pensaba a cada segundo. Pero en esa situación… Era una mezcla de melancolía y una inmensa felicidad lo que atrofiaba mi cerebro. Cerré los ojos y los volví a abrir. Sí, seguía allí, no había sido ninguna mala jugada de mi cabeza. Tanto tiempo esperando ese momento, y ahora…

- Hola de nuevo, Evelyne. – Conseguí pronunciar al fin. No sabía como iba a reaccionar, pero Samantha parecía habérselo tomado bastante bien, incluso con sorna. Comencé a juguetear con un mechón de mi pelo dorado, algo expectante, esperando que alguien dijera algo más. – Ha pasado mucho tiempo. - Era una afirmación, una afirmación que incluso resultaba algo cruel. Miré a Samantha de nuevo, que esperaba una respuesta por mi parte. – Bueno, mi vida ha estado mejor, aunque supongo que no puedo quejarme – Comenté lacónicamente, sin dar más detalles. Era verdad que había pasado mejores épocas, mejores situaciones, y prueba de ello eran los innumerables recuerdos que tantas veces se agolpaban en mi mente dispuestos ha hacérmelo pasar mal. Esbocé una sonrisa al escuchar lo de Maria y Maria Magdalena; estaba claro que si fuésemos ellas, nos habrían omitido de la Biblia y de la religión cristiana indudablemente. Me adelanté un par de pasos hacia ella, golpeando mis tacones con el suelo y creando otra vez ese ruido molesto que sonaba cada vez que había silencio.

Dirigí mi mirada azulada hacia ambas chicas, y me mordí el labio inferior, pensando algo que añadir para cortar la inmensa tensión que se podía palpar en el aire. – Bueno, Hogwarts está tal y como lo dejamos. No le ha ido mal sin nosotros. – Dije, medio a modo de broma, aunque en realidad, era bastante cierto. Por que faltase una, o dos personas, el tiempo no iba a parar, no iba a esperar a nadie. Las cosas debían seguir su curso, y si te quedabas atrás… Era difícil volver alcanzarlas. Comencé a dar vueltas alrededor de la habitación, a paso lento, elegante; casi como un felino. Procuraba no perderme ni un detalle, aunque me sabía todos al dedillo. Cada pared, cada cuadro, cada esquina o cada baldosa… Todo estaba lleno de imágenes del pasado, de momentos felices y otros no tanto, pero momentos en el que estábamos todos juntos, momentos en los que aun nadie se había quedado rezagado en el eterno viaje del tiempo.